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Aplacar el dolor aún depende de fármacos que apenas han progresado desde los remedios tradicionales, y algunos de ellos, como los opioides, causan serios problemas de adicción. Esto afecta especialmente a las personas que padecen dolor crónico, un mal invisible e incomprendido. Hoy los hallazgos recientes guían el desarrollo de nuevos tratamientos.
Rechazamos el dolor porque nos hace sufrir. Pero al igual que otras respuestas de nuestro organismo, como la fiebre o la inflamación, se trata de un mecanismo que cumple una función útil; es una alarma que salta para alertarnos de un ataque.
Sin embargo, una alarma que salta sin motivo o que no se apaga se convierte en un problema. Este es el caso del dolor crónico, que persiste más allá del daño. La ciencia aporta nuevas pistas de cara a aliviar una tortura que, para mayor agravio, a veces se topa con la incomprensión del entorno social.
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